Soy Ibn Aran, mis amigos también me conocen como Iban, hijo del poderoso Aranzor señor del pueblo de Aran, famoso por su honor, fiereza y afición por las mujeres, si, afición por las mujeres, especialmente las ajenas. Un día, ese maldito mujeriego tuvo que fijarse en la esposa del herrero Stellarm, un tipo duro y de pocas ideas pero bien fijas que no dudó en repudiar a su mujer, María, cuando se enteró que iba a alumbrar un hijo de otro hombre, sin tener en la más mínima consideración los años que su esposa le había dedicado y la hermosa hija, Stella, que tenían ambos.
Stella era la criatura más buena y bondadosa de la tierra! con ese precioso cabello negro que le brillaba al picar el metal en la forja, ayudando a su déspota padre que la trataba con si fuera un chico, siendo difícil diferenciarla de cualquier otro, jugando el papel de ese hijo que el herrero siempre deseó y al mismo tiempo siendo despreciada por no serlo.
Como iba diciendo esa señora repudiada por su marido y por el padre de su hijo escapó al convento de las hermanas silenciosas a pedir asilo, no solo para dar a luz sino también para quedarse y purgar sus errores dedicándose a Dios, así nací yo! Hijo bastardo Aranzor y de mi madre, María, conocida también en el convento como la hermana nubecita, por su caracter libre e imposible de controlar y aun así siempre se daba a querer con su carácter atractivo y apasionado.
Mi madre al tener un hijo tenía ciertas licencias, como tener más tiempo libre para poder cuidarme y además solía bajar al pueblo para ver a Stella y llevarle comida, ropa, consejo o cualquier cosa que la hiciera más feliz, más persona y más mujer, naturalmente siempre a escondidas de Stellarm.
El herrero no se volvió a casar, aunque estaba en su derecho y a pesar de que aun deseaba tener un hijo barón, supongo que más bien no consiguió casarse, la verdad bien poco me importa, la cuestión es que Stella comenzó a desarrollar y cada vez era más notoria su diferencia con un chico, de hecho se estaba convirtiendo en una auténtica belleza, mi madre no quería que Stella continuara sola con su padre, no se fiaba del el ni un pelo, siempre se temía lo peor.
En contra de la lógica mi madre decidió darle otro hijo a Stellarm, ese hijo que tanto deseaba, decía que así mi padrastro no se fijaría en Stella, recuerdo de pequeño una frase típica de mi madre "ese saco de músculos no tocará a mi hija!", nunca sabré hasta que punto estaban fundados los miedo de mi madre, yo tendría unos 4 años y no me acuerdo de casi nada, sólo cuento lo que creo saber con cierto grado de certeza.
Desde luego no tuvo mucho problema en conciliarse de nuevo con Stellarm, como ya dije era un hombre con pocas ideas en su dura cabeza y ya podéis imaginar cual era una de ellas! Claro que esto no significaba volver a aceptarla como esposa, tampoco mi madre estaba por la labor. Un año después nació un nuevo descendiente de Stellarm y Maria, pero no fue un niño sino una otra preciosa niña a la que llamaron Stelbeth, para decepción del padre que ya tenía más claro que los Dioses no estaban de su parte. Asumiendo su derrota y desconsolado porque no parecía que volviera a tener más oportunidades de engendrar en esta vida, parece que el herrero encontró en su nueva hija la ilusión que necesitaba para seguir viviendo y con el tiempo mi segunda hermanastra se convirtió en el ojito derecho de papá.
Aun me acuerdo la de veces que habré bajado del convento a la herrería siendo un niño, con algún pastel que había preparado mi madre para mis hermanastras, o esos días preciosos que jugaba por el convento o por los prados y todo parecía ser un atractivo juguete, que tiempos aquellos!
Así fue hasta que cumplí los 12 años, que mis hermanastras tenían ya 8 y 15 años respectivamente, a esa edad tuve que marcharme del convento por petición de la madre superiora, decía: "ya es un hombre, no puede permanecer en un convento de silenciosas, rompería las normas del reglamento".
Me fui a vivir con mi padrastro que me había aceptado porque necesitaba ayuda en la forja y aun así a regañadientes, nunca entenderé por que me odiaba tanto ese hombre, si nunca le hice nada! Me convertí en ayudante de Stella haciendo las peores labores, absorbiendo humos de la forja y penurias todo el día.
La madre superiora le comentó a mi madre que yo tenía aptitudes para clérigo, que incluso con una buena educación podría llegar a ser un gran clérigo pero primero debía mandarme a una buena escuela y le recomendó que me enviase a la Abadía Superior de Clérigos, yo me negué a ir, no quería dejar solas a mis hermanastras con el herrero, ahora me doy cuenta que yo sabía bien lo que decía, tras 4 años de penurias con mi padrastro, viviendo en un estado de semi-esclavitud, pasando hambre y comiendo cualquier sobra, respirando humos que debilitaron mis fuerzas para siempre y hasta perdí el sentido del olfato, en un principio yo aceptaba todo sin rechistar para poder proteger a mis hermanastras, especialmente a Stella ya que Stelbeth era la niña mimada de papá, pero ya no podía más.
Un buen día decidimos escarpar de su yugo, no aguantaba más y Stella tampoco, ambos queríamos ser algo más en la vida, ella siempre deseó ser una guerrera y yo clérigo. Cuando Stelbeth se enteró se negó rotundamente a acompañarnos e incluso nos amenazó con decírselo a padre, así que Stella y yo decidimos huir esa misma noche sin más miramientos.
Los conocimiento de Stella sobre el acero y las espadas eran impresionantes para una chica de su edad, sin duda podría llegar lejos si se lo proponía, así que decidió ir a la capital para apuntarse en la real escuela de espadachines. Por mi parte también pude realizar mi sueño y partí a la Abadía superior Clerical donde me hice monaguillo.
Antes de separarnos decidimos hacer un pacto, dejar de ser hermanastros para convertirnos en hermanos de sangre y nos juramos mutuamente lealtad y ayuda si estábamos en peligro, nos entregamos el uno al otro unos trozos de sal mojados en una gota de sangre del otro que luego, en mi caso, coloqué en la parte de atrás de este colgante que llevo al cuello con el símbolo de Zeus.
El día que llegue a la abadía me juré a mi mismo que no volvería a pasar más penurias, ni hambre nunca jamás, mi objetivo sería ser incluso más rico que verdadero padre, demostrar a todo el mundo quien soy, siendo en mejor, el mejor estudiante de la abadía, el mejor clérigo, en mejor en todo!